el que se ha quedado
sin palabras.
Con una cabeza
a punto de explotar,
comiéndome el corazón
cortado a cuchillo
en el velorio de las uvas.
El estómago ya no digiere
y todo se me atraganta.
No hay vómito,
ni siquiera
una simple
cagada.
La nada revuelta,
el largo paréntesis,
la tortilla en el aire
dando su última vuelta.
El polvo de Dios
se ha evaporado,
y tanta sequedad
no permite
hacer brotar
lágrima alguna,
que pudiera germinar
la semilla
del dolor.
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