Me acuerdo que cuando era chico
mi abuelo decía que había que pasar la topadora por las villas de emergencia,
como había hecho no sé quién. Mi viejo
por ahí lo repetía, así como uno repite la forma de lavarse los dientes de su
padre. Yo me crié escuchando eso, una y otra vez. Con el paso del tiempo fui
comprendiendo que esos villeros eran seres humanos también, a pesar del “discurso
oficial” que había en mi familia paterna, a pesar de que una vez en Fuerte Apache,
cuando tenía unos siete años, un pibito me quiso robar la pelota amenazándome con
un palo que tenía fuego en la punta y con él dejó ésta marca que mi mano
derecha tiene hasta hoy. Experiencia que me ayudó mucho en ese tiempo para
distinguir la derecha de la izquierda, me refiero a mis manos. Esos seres
humanos, de caras sucias y casas de cartón también tenían un alma, como la mía
o la de cualquier otro ser humano. También llegué a comprender un día que el
capital era finito, el dinero más precisamente. Que si hay $10 y somos diez
personas pero $9 los tiene uno solo el resto tendrá que repartir $1 entre
nueve. Claro, estaba ese discurso que hacía mención que el señor de los nueves
pesos había trabajado con esfuerzo por conseguirlos y se los merecía. Aunque
entre aquellos nueve había algunos que trabajaban más que aquel afortunado,
había quienes laburaban de sol a sol pegando ladrillos, con temperaturas bajo
cero o sobre cuarenta. De este modo fui descomprendiendo el mundo en el que vivíamos,
porque había varios que se llevaban $9 y muchísimos que se quedaban con $1, no
era cuestión de esfuerzo, eso me quedaba claro. El mundo estaba basado en
valores materiales, no había duda de ello. De no ser así quienes ganaban nueve
hubieran repartido en partes iguales por razón de esfuerzo. Esos valores
materiales, por sobre los valores humanos, eran propagados por toda la
sociedad, incluso por los que debían repartir $1 entre nueve. Sucedió que los
menos afortunados sintieron que no era justo para ellos tamaña desigualdad.
Algunos, que ya habían perdido hasta el valor de su propia vida, decidieron
salir a robar a los que más tenían. Robar era una forma de decir, claro está.
Para otros era equiparar o ajusticiar. Luego, los que ganaban $9 empezaron a
pedir seguridad por el miedo que les producía llegar a perder sus bienes
materiales. Por suerte ese es el
recuerdo de otra vida, de mi vida en el Planeta Tierra. Ahora que estoy en
Ofgan, cada vez que les cuento esta historia a los Ofgianos, se ponen tan
tristes que solo les da por abrazarme.
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