martes, 19 de febrero de 2013

Desierto

Entre semana estaba chateando con el Pelado y me prepuso una salida de campamento pero con algunas particularidades. Irnos al desierto que rodea este valle, sin carpa, sin comida y sin hablar. Una prueba más que dura teniendo en cuenta que estábamos en pleno verano y allí solo crecen pequeños arbustos. El lugar estaba definido. A unos diez Km. del centro de Neuquén se encuentra Balsa Las Perlas, allí hay que cruzar un puente por sobre el rio Limay que pasa por esa zona encauzado en un solo brazo por lo que se aprecia perfectamente el esplendor de semejante cantidad de agua corriendo al mar. Cruzando dicho puente debíamos caminar en línea recta con dirección sur al centro de la meseta rio negrina, ese seria nuestro objetivo.
                Zarpamos el viernes con la grata compañía de Nahuel que se sumo a último momento. Pasaron por casa a las cinco y media de la tarde con la mama del Pelado para arrimarnos hasta el puente. Nos quedaríamos hasta el domingo y la idea del ayuno era de un solo día por lo que cargamos algunas provisiones y unos doce litros de agua. Caminar en línea recta con dirección sur fue algo complejo por las irregularidades del terreno y por el fuerte viento oeste que no empujaba hacia donde el viajaba. Nuestro punto en el mapa se corría pero allí íbamos, con mochila sobre la espalda, cabezas gachas esquivando al viento y la boca bien cerrada, cada uno a diez o quince metros del otro. De a ratos cruzábamos miradas queriendo saber que estaba pensando el otro, como si con mirarlo pudiéramos adivinarle el gesto. Mis pantalones cortos fueron un gran error. A medida que avanzábamos mis piernas comenzaron a sufrir los embates de la flora local, desértica, ruda y por sobre todo, espinosa. El chañar y los alpatacos clavaron sus agujas en mi pero para cuando me di cuenta ya estaba anestesiado por la caminata y cerca del final  no me importaba mas cortarme o rasparme. Nahuel soporto los mismos avatares por igual error. Caminamos cerca de dos horas interrumpidas por pequeñas paradas para hidratarnos hasta que creímos que seria oportuno buscar un lugar para pasar la noche. El Pelado, que venia como punta de lanza, incentivado por vaya a saber que paraíso en semejante infierno, se desplomo mirando al cielo en un pequeño alto. Ahí el primer pacto se rompió, no había manera de quedarnos callados. -tenemos que encontrar un lugar para hacer fuego y descansar- pudo haberlo dicho cualquiera de los tres, no recuerdo quien fue. –voy a cazar una liebre para comer esta noche, esa va ser nuestra cena- soñó a decir el pelado. Mire a mi alrededor, el paisaje era igual para todos lados, arbustos, arena rocosa, piedras y unas pocas horas mas de sol, tal vez dos. De repente vislumbre un hermoso cactus de unos cincuenta Cm. de alto pero gordo como un bulldog –acá esta la cena!- Los chicos se entusiasmaron con la idea de comer esa joya de la naturaleza pero no sabíamos bien como preparar esa especie de cactus y preferimos dejarlo vivir hasta que nos informáramos mejor de su poder por lo que estuvimos de acuerdo en regresar pronto a ese lugar y realizar el ritual, pero ese seria otro viaje. Encontramos un pequeño, pequeñísimo cañadón donde pudimos escondernos del viento que cada vez era más fuerte. Nos sacamos el peso de las mochilas, bebimos agua, comimos garrapiñada, naranjas y manzanas. Realmente lo necesitábamos luego del gran esfuerzo por la caminata. –acá no podemos dormir, no entramos, sigamos otro poco- tampoco se quien dijo eso por que creo que los tres ya pensábamos lo mismo, como si el paisaje nos hubiera hecho iguales en nuestra metamorfosis. Unos trescientos metros mas al oeste vimos lo que simulaba ser una cueva pero al llegar supimos distinguir que mas que una cueva era un refugio de piedras y arcilla que la naturaleza nos había creado para la ocasión, dado que cubría perfectamente el viento oeste. Enseguida preparamos el fuego y Nahuel puso en marcha la harina que había llevado el Pelado para hacer unos panes exquisitos superando cualquier expectativa. Mientras esperábamos comimos galletitas con pate y mate. Cuando estuvo el pan lo acompañamos con un salamín picado grueso y un riquísimo vino tinto malbec cosecha nocturna. Fumamos un postre y a la cama. Estaba claro que la idea del ayuno aun no estaría en práctica. Dormir fue un placer para mí. En principio por el cansancio pero además por que Nahuel había llevado una frazada que nos cubría a los dos, el Pela tenia bolsa de dormir y por sobre nuestras cabezas el cielo, solo eso, un cielo lleno de estrellas.  La mañana llego con toda su fuerza. El canto de los pájaros, el fresco matutino y el sol, el mismo de todos los días pero diferente, algo lo hacia diferente. Mates, dos galletitas para cada uno y a caminar. Era imposible quedarnos en ese sitio donde el astro rey nos abrasaría. Hacia el ocaso del día anterior, cuando ya nos habíamos establecido en el refugio, salí a caminar creyendo que algo me llamaba desde el oeste. En esa recorrida encontré una cueva o refugio pero bastante más grande de la que estábamos nosotros pero dado que ya estábamos establecidos no fuimos a dicho lugar. En esa dirección nos dirigimos al día siguiente. Allí se formaba un cañadón enorme por donde el agua había corrido al rio en otros tiempos. Ahora éramos nosotros agua que buscaba su clon. Caminamos en rumbo norte o casi norte atravesando el cañadón unas dos horas hasta que pudimos ver el verde intenso de los álamos, los sauces y sobretodo el Limay. El lugar era de ensueño, una playita con césped con la sombra de los sauces, leña y mucha agua. El paraíso! Preparamos unos mates y tratamos de meternos al rio que traía el agua de las montañas, ese mensaje nos llego apenas posamos nuestros pies sobre la costa. Entendimos que mas tarde el sol le daría el calor necesario al agua para poder bañarnos. Nahuel procedió a preparar otro pan y yo me encargue del asado y los chorizos que habían llevado los chicos, me sentía engañado pero feliz de tal engaño, el ayuno estaba cada vez más lejos nuestro. Disfrutamos tanto de la comida que solo quedo hacer una siesta para reponernos del cansancio general. Al despertar chapuzón, mate y a jugar con la gomera un rato a ver quien le pegaba a. Los chicos tiraron la caña un rato, tarea que me aburre sobremanera, sin ningún resultado comestible. Bajamos por el rio unos doscientos metros y más chapuzones. Volvimos al “campamento”, el Pela preparo masa para el pan e hizo un arroz “verde” que acompañamos con arvejas. Sopita y a la cama por que al otro día nos tocaba el regreso a casa y queríamos evitar el azote de los rayos solares. Dormí como el culo, con mucho frio, la piel roja y la mente algo perturbada por el agua verde del arroz. Los chicos descansaron bien, sobretodo el Pelado ayudado por su bolsa de dormir. Partimos hacia la mañana del domingo con algunos mates encima. El regreso fue muy veloz, el ayuno no existió y las palabras se las llevo el viento. Pero hay un cactus que nos aguarda y allí volveremos para callar nuestras voces.

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