viernes, 28 de junio de 2013

Los de arriba

Hacía ya varios días que al volver del trabajo tenía la necesidad de dormir, apagar todo, incluso el propio pensamiento y dormir. El problema que se me planteaba era que solía despertarme a las dos de la mañana y quedaba desvelado hasta que sonaba el despertador, alertando que ya era hora de levantarme más que de despertarme. Había caído en un círculo vicioso difícil de abandonar. Mi cansancio constante ya podía atribuirse a no dormir en toda la noche. Porque, más que trabajar en la oficina, yo no hacía y la oficina no era lo que se dice: agotadora. Pero sabía que en el fondo, la falta de energía tenía que ver con otra cosa anterior a desvelarme, puesto que hubo una primera vez en que me sentí cansado y me acosté ni bien llegué a mi casa para despertarme a las dos de la mañana. Ahora recuerdo que esa primera vez sucedió algo que hizo me despertara. Resulta que mis vecinos de arriba no sé en qué momento tuvieron un bebé. La verdad es que los veía muy poco, apenas si nos cruzábamos en la puerta de entrada algún día del fin de semana. El era taxista y ella era silenciosa, mucho más que él. Tenían una perrita de esas mini, que son como una oveja pero de cotillón y yo sentía sus pequeños pasitos haciendo resonar el suelo de su casa que venía a ser el techo de la mía. La perrita no ladraba y lo único que se escuchaba era su andar. A ellos nunca los escuché, ni hablar, ni gritar, ni gemir, nada. Solo la perrita. Esa noche de mayo, fría como ninguna otra en lo que iba del año, noche de lo que había sido un día miércoles, comencé a sentir el llanto de un bebé. Al principio lo confundí con un gato, hasta llegué a creer que era Mantecol, mi propio gato que por esos días andaba bastante alzado. Es increíble la similitud entre el maullido de un gato y el llanto de un bebé, como si existiera alguna conexión genética que no logro explicarme. La cosa es que desperté escuchando esa expresión bebegato y no podría estar seguro si fue lo que me despertó o si al despertarme por otro motivo lo primero que percibí fue tal cosa. Resultó extraño sentir aquel llanto así, tan de golpe, puesto que nunca supe de un embarazo entre los inquilinos que me rodeaban, mucho menos esperaba que fueran ellos, los de arriba. Pude recordar que el domingo anterior al miércoles en cuestión los había visto y ella no tenía la correspondiente panza de embarazo. Tal vez ya había parido, aunque de ser así no había ningún bebé a upa ni nada. Algunas mujeres suelen usar una faja para disimular los embarazos, tal vez era uno de esos casos. Podría decir: gente rara, en referencia a ellos, con qué criterio? Si nunca pude establecer ni un diálogo. A veces creemos eso, que el otro es raro porque no lo conocemos. En fin, ahí estaba el llanto, desvelándome a las dos de la mañana, llevándome de viaje al pasado, a la remembranza de mi hijo en sus primeros días cuando luchaba por tomar una teta que aun no abría bien sus conductos para dar paso a la leche materna y él desesperado sufría de hambre. Pensé en todo eso, tuve tiempo de pensar en cada detalle, en imaginar que estarían pasando por lo mismo y me contuve de golpear su puerta para decirle al padre primerizo que él debía hacer la tarea de abrir los conductos, succionando los pechos de su mujer que ya estaría desesperada también por la fiebre en sus senos. Me abrigué y salí a ver si alguno se asomaba como para chistarle y pasarle el dato que tanto nos había servido a nosotros aquella vez. Hice el intento de subir la escalera pero me quedé con el pié izquierdo apoyado en el primer peldaño y el derecho en el suelo, con el talón levantado como para abordar el segundo peldaño en un solo movimiento. Estuve así como dos minutos, esperando alguna señal que me lanzara escaleras arriba. Dudé tanto que me sentí nervioso y fue ahí cuando escuché un ruido seco que terminó por silenciar la escena. Aguardé unos segundos más hasta que volví a mi departamento. Repasé lo sucedido desde aquel ruido seco, había sido fuerte y doble, como un pum, pum. El primero bastante más estruendoso que el siguiente. El bebé ya no lloraba, yo ya no dormía y a ellos no los vi nunca más. Al otro día supe que se habían mudado como quien dice, a las apuradas. Ellos, los de arriba. 

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