Hacía ya varios días que al volver del trabajo tenía la
necesidad de dormir, apagar todo, incluso el propio pensamiento y dormir. El
problema que se me planteaba era que solía despertarme a las dos de la mañana y
quedaba desvelado hasta que sonaba el despertador, alertando que ya era hora de
levantarme más que de despertarme. Había caído en un círculo vicioso difícil de
abandonar. Mi cansancio constante ya podía atribuirse a no dormir en toda la
noche. Porque, más que trabajar en la oficina, yo no hacía y la oficina no era
lo que se dice: agotadora. Pero sabía que en el fondo, la falta de energía
tenía que ver con otra cosa anterior a desvelarme, puesto que hubo una primera
vez en que me sentí cansado y me acosté ni bien llegué a mi casa para
despertarme a las dos de la mañana. Ahora recuerdo que esa primera vez sucedió
algo que hizo me despertara. Resulta que mis vecinos de arriba no sé en qué
momento tuvieron un bebé. La verdad es que los veía muy poco, apenas si nos
cruzábamos en la puerta de entrada algún día del fin de semana. El era taxista
y ella era silenciosa, mucho más que él. Tenían una perrita de esas mini, que
son como una oveja pero de cotillón y yo sentía sus pequeños pasitos haciendo
resonar el suelo de su casa que venía a ser el techo de la mía. La perrita no
ladraba y lo único que se escuchaba era su andar. A ellos nunca los escuché, ni
hablar, ni gritar, ni gemir, nada. Solo la perrita. Esa noche de mayo, fría
como ninguna otra en lo que iba del año, noche de lo que había sido un día miércoles,
comencé a sentir el llanto de un bebé. Al principio lo confundí con un gato,
hasta llegué a creer que era Mantecol, mi propio gato que por esos días andaba
bastante alzado. Es increíble la similitud entre el maullido de un gato y el
llanto de un bebé, como si existiera alguna conexión genética que no logro
explicarme. La cosa es que desperté escuchando esa expresión bebegato y no
podría estar seguro si fue lo que me despertó o si al despertarme por otro
motivo lo primero que percibí fue tal cosa. Resultó extraño sentir aquel llanto
así, tan de golpe, puesto que nunca supe de un embarazo entre los inquilinos
que me rodeaban, mucho menos esperaba que fueran ellos, los de arriba. Pude
recordar que el domingo anterior al miércoles en cuestión los había visto y
ella no tenía la correspondiente panza de embarazo. Tal vez ya había parido,
aunque de ser así no había ningún bebé a upa ni nada. Algunas mujeres suelen
usar una faja para disimular los embarazos, tal vez era uno de esos casos.
Podría decir: gente rara, en
referencia a ellos, con qué criterio? Si nunca pude establecer ni un diálogo. A
veces creemos eso, que el otro es raro porque no lo conocemos. En fin, ahí
estaba el llanto, desvelándome a las dos de la mañana, llevándome de viaje al
pasado, a la remembranza de mi hijo en sus primeros días cuando luchaba por
tomar una teta que aun no abría bien sus conductos para dar paso a la leche
materna y él desesperado sufría de hambre. Pensé en todo eso, tuve tiempo de
pensar en cada detalle, en imaginar que estarían pasando por lo mismo y me
contuve de golpear su puerta para decirle al padre primerizo que él debía hacer
la tarea de abrir los conductos, succionando los pechos de su mujer que ya
estaría desesperada también por la fiebre en sus senos. Me abrigué y salí a ver
si alguno se asomaba como para chistarle y pasarle el dato que tanto nos había
servido a nosotros aquella vez. Hice el intento de subir la escalera pero me
quedé con el pié izquierdo apoyado en el primer peldaño y el derecho en el
suelo, con el talón levantado como para abordar el segundo peldaño en un solo
movimiento. Estuve así como dos minutos, esperando alguna señal que me lanzara
escaleras arriba. Dudé tanto que me sentí nervioso y fue ahí cuando escuché un
ruido seco que terminó por silenciar la escena. Aguardé unos segundos más hasta
que volví a mi departamento. Repasé lo sucedido desde aquel ruido seco, había
sido fuerte y doble, como un pum, pum. El primero bastante más estruendoso que
el siguiente. El bebé ya no lloraba, yo ya no dormía y a ellos no los vi nunca
más. Al otro día supe que se habían mudado como quien dice, a las apuradas.
Ellos, los de arriba.
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