A veces
el alma pesa
como si se arrastrara
un barco de carga
sobre la arena.
Uno se acostumbra,
al igual que se acostumbra
a la sordera,
hasta que el otorrino
te saca el tapón
y descubrís
lo que es escuchar.
A veces
me pregunto
por qué
atesoramos un dolor,
lo guardamos,
lo escondemos tanto,
que un día creemos olvidarlo.
Pero ahí está,
dejándonos sordos,
pesados,
dolidos,
y ya sin recordar
siquiera por qué
convivimos con el.
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