lunes, 4 de julio de 2011

Vacío por dentro

Hace días que venía tirándome unos pedos bien podridos, como si me hubiese comido un pedazo de este mundo y mi aparato digestivo no pudiera con él. Me parece que la raíz del problema fue un pedazo de vacío al horno, carne de vaca que hace rato no degustaba. Claro que no tengo en cuenta las hamburguesas, salchichas o fiambres que uno compra en bolsas plásticas cerradas herméticamente. Eso es polvo con agua o tal vez sea algo peor que no me atrevo a pensar ni a investigar. El vacío estaba tan delicioso que me convirtió en una maquina masticadora de hebras vacunas cocidas y adobadas con sal y otras especies que no supe reconocer. Yo solo comía al tiempo que sonaba en mi cabeza la voz de alguien diciendo lo flaco que estaba, era una voz del recuerdo, algo que había quedado grabado días atrás, ahora convertido en combustible de mí mandíbula. El banquete fue un viernes por la noche y hasta el domingo no pude cagar. Tan solo se producían descargas hediondas de gas anal. La caca del domingo fue oscura y de contextura rígida pudiendo divisar soretes de tamaño medio mientras limpiaba mi culo con el bidet. El domingo a la noche más caca pero a esta altura yo era una fábrica de pastas. No puedo decir que me sentía preocupado, porque no lo estaba. Lo cierto es que cargaba con cierta incomodidad en mi cuerpo, al que también había recargado la noche del sábado con abundante comida, producto de dos cumpleaños. Definitivamente la comida es uno de los placeres de la vida aunque a esta altura me regocija más la reminiscencia de unas facturas viejas que me regalaron en una panadería la noche que alguien me dijo que estaba flaco. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario